23. may., 2017
"Lo peor que puede pasar a un niño es que sus padres mueran".
La muerte de los padres deja una huella imborrable: sea como cicatriz, sea como herida.
“Perdí a mi padre a los 8 años, casi nueve años. No he olvidado su voz grave y amorosa. Dicen que me parezco a él. Pero hay una cosa que nos diferencia: mi padre era un hombre optimista”. Así empieza el testimonio de Rafael Narbona, un hombre que perdió muy joven a su padre. (Un clic en el enlace).
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